La música clásica no se salva
Daniel Ellarby Sánchez
Parece que ni el arte nos concede un respiro a esta irrefrenable ansia de romper con el pasado. En el seno del mundo de la música clásica ha surgido un movimiento, cada vez más ambicioso, que pretende romper con la tradición interpretativa de los últimos siglos, heredada por alumnos de sus maestros, para suplantarla con un revisionismo burdo y mendaz, alcanzando así una interpretación “auténtica”.
El concierto en el ADDA del pasado sábado 27 fue un triste ejemplo. La Philharmonia, orquesta gloriosa de la segunda mitad del siglo XX, y un cellista joven interpretaron el concierto para cello de Schumann; arquetipo del concierto romántico, repleto de melodías vibrantes capaces de hacernos llorar.
No en esta ocasión, pues fue despojado de toda emotividad hasta convertirse en un glaciar: ni sentía ni padecía. El solista decidió eliminar el vibrato, haciendo flagrante ostentación de un timbre escuálido y rasposo, sin capacidad de proyección alguna. Además, empleó un sinfín de extravagancias para tratar de dotar a la interpretación de cierto contraste, entre ellas ensanchar todas las notas largas. En vano, pues solo consiguió desfigurar la frase melódica. Y por supuesto, la agógica osciló entre el soporífero medio-piano y medio-fuerte. Todo esto coronado por un acompañamiento de una tibieza pasmosa, impropia de una formación con semejante reputación.
En el intermedio, algún miembro del público, entre bostezos, señalaba que se trataba de “una forma de interpretar nueva”. Es posible, pero no suficiente.
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