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Tribuna

Boquerones y sardinas

Con la monotonía climatológica de brisas de levante hemos dejado atrás el mes de mayo en el que no ha caído ni una sola gota de agua en Torrevieja. Con junio ha llegado el verano por estos pagos y una nutrida parte de la flota pesquera de cerco del Mediterráneo ha navegado hasta los caladeros de la costa torrevejense para faenar en sus abundantes bancos de boquerones.

Los norays del amplio muelle del recinto de la Lonja no han sido suficientes para atracar tantos barcos foráneos que durante el día permanecen abarlobados unos a otros por la falta de espacio.

En cuanto a las capturas y su comercialización está ocurriendo lo de siempre: en un mercado brutalmente regulado por la ley de la oferta y la demanda el precio del boquerón en primera venta en la Lonja local es bajo. A más cantidad, más barato. Con las sardinas la situación es peor. Los pescadores ni la buscan. Su precio es inferior al del boquerón.

Hablar de la pesca y sus visicitudes en este pueblo es cosa de unos de unos cuantos parroquianos nostálgicos de las raíces de esta ciudad. La flota local, en su día pilar de la economía junto a la explotación salinera, se ha reducido a tres o cuatro embarcaciones y la mayoría de los miembros de sus tripulaciones son de origen magrebí. La Cofradía de Pescadores se defiende gracias a los servicios que presta a las flotas que recalan por aquí. En tierra, lo del «pescao» sí es un aliciente sobre todo cuando se coge en cantidad.

Gentes que mayormente han acampado entre nosotros acuden al recinto pesquero y compran a los marroquíes la parte del «pescao» que reciben a bordo del barco para el que trabajan. Luego están los trapicheros. Los ves en bicicleta por las calles céntricas vendiendo a «puñaos» y bajo el inclemente sol.

Vuelvo de la Lonja a la posterior tertulia mañanera en la terraza del céntrico y cuidado Piscolabis. Me entero allí que acaba de fallecer la persona más longeva del pueblo.

Se ha ido, a punto de cumplir los 106 años (en julio) Francisco Moya López, el último anarquista de Torrevieja, del cual entre otros hechos, comentaban que durante la Segunda República Española se hizo cargo de crear y poner en funcionamiento la primera escuela de alfabetización para mujeres en Torrevieja.

Hasta hace unas semanas veíamos a este hombre, salinero de profesión, discreto y clarividente a pesar de sus años, ir por las calles de la ciudad. No tuvo dioses y no puedo pedir a ellos que lo acojan en su seno. Tampoco hace falta. Además, no le gustaría. Sé que vivió.

Me entero de que han abierto el nuevo tanatorio, en el polígono industrial, cerrando el de las cercanías de la estación. A lo mejor para hacer más pisicos, Sigo mi ruta y me dirijo calle abajo por Caballero de Rodas a bordo de mi «descapotable» y tropiezo con Antonio Soria, el promotor inmobiliario. Vuelve de dar su caminata matutina por los solares de la costa norte de Torrevieja. No anda por la carretera como todo el mundo. Lo hace a la vora del mar, por las calas, zona milagrosamente libre de ladrillos hasta ahora... y que sea por mucho tiempo.

Me apunta el cabeza visible de la histórica saga de los Sorias una idea que considero buena. Dice este empresario que cuando pasen unos años las gentes de Torrevieja al pasear por donde él hoy lo hace desconocerán nombres como los de la Cala de los Trabajos, La Zorra, la Higuera, la Cueva de la Tía Roqueta, El Mal Paso, La Punta del Salaret ?

Aunque fuera con un humilde mojón de piedra considera Soria que estos nombres deberían campear en cada uno de los lugares mencionados o poner un mural denominando los rincones del único paraje virgen (junto al de Ferrís, al que no se puede acceder) que queda.

Continuo mi rumbo con el norte puesto en la oficina de la delegación de este diario y antes de llegar oigo a dos personas discutir. Uno sostiene que no ha notado ningún cambio, todo sigue igual o peor -no se ve mucha gestión en la calle y todos están peleados ahí dentro, mantiene- con el nuevo gobierno municipal. El otro le dice que él sí, que él está ahora más tranquilo.

Llego a mi destino y me pongo a escribir, como siempre sin saber por dónde empezar ni por donde salir aunque con un condicionante: no hacerlo esta semana sobre los políticos ni de la política local. Esto es lo que me ha salido. Casi lo consigo.

P.D. En las redes sociales, afortunadamente todavía, existen pocas convenciones de estilo. Sí se pide que la gente no «grite» en mayúsculas. «Gritar» en Facebook no va a impedir que algunos dejen de cobrar el paro desde este mes de junio.

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