Julia, la "organista" de juventud acumulada que cumple 100 años en Alicante

Pianista por herencia, maestra por vocación y aficionada al ganchillo, Juan dio clase durante más de 30 años en la ciudad en el colegio público 9 de octubre, anteriormente conocido como Víctor Pradera, y a día de hoy reconoce con nombre y apellido a todos los que un día fueron sus alumnos

Julia, maestra de vocación, cumple 100 años en Alicante

Pilar Cortés

Lydia Ferrándiz

Lydia Ferrándiz

Una vida tejida a través de la música, la enseñanza y amor por el ganchillo y su familia. Así podrían describirse los apenas 100 años que Julia Juan, natural de Aielo de Malferit, ha compartido junto a los suyos en el corazón de Alicante. Su historia, como una sinfonía, resuena todavía con fuerza en cada rincón de la ciudad que recuerda su legado como maestra en las aulas del colegio público 9 de octubre, antes conocido como Víctor Pradera.

En estas aulas Julia dedicó más de tres décadas de su vida a impartir conocimiento y sembrar valores en las generaciones venideras. Con una memoria prodigiosa que desafía al tiempo, aún reconoce con nombre y apellido a cada uno de sus antiguos alumnos, como un testamento vivo de su compromiso con la educación y el afecto por aquellos que cruzaron su camino. "Me acuerdo de todos, aunque ellos no se acuerden de mí, yo soy la que les para por la calle, les llamo por su nombre y aún se sorprenden de mi buena memoria. Es como me dice el médico, que tengo mucha juventud acumulada todavía pendiente de gastar", asegura Julia.

Desde su infancia, Julia mostró talento para la música heredado de una familia de músicos, especialmente para el piano, instrumento que toda su familia ha tocado con destreza y cuya pasión por la música intentó inculcar en sus hijos, nietos y bisnietos como sus abuelos hicieron con ella. "Mi abuelo fue un músico autodidacta. Él vivía en un pueblo, y para estudiar música se iba andando más de nueve kilómetros hasta a un pueblo vecino. Ahí aprendió todo y junto a mi abuela, que también tocaba el piano, se lo transmitió a sus hijos. Todos estudiaron una carrera gracias a que se ganaron la vida tocando el piano en los cines mudos, nos conocían en el pueblo como "los organistas" a modo de apodo", recuerda Julia.

Además de su destreza musical, Julia ha destacado por su dedicación a la enseñanza y su amor por el ganchillo y el punto de cruz. "Yo he sido maestra toda mi vida, me he apuntado a todas las excursiones y actividades que había y cuando he venido a casa me ha gustado mucho hacer ganchillo o punto de cruz. Con 62 me rompí un tobillo y, como no tuve más remedio que quedarme sentada en casa, decidí que era un buen momento para bordarles toallas a todos mis hijos y a algún nieto que ya tenía por aquel entonces. Al poco me jubilé, pero me dio tiempo a dejar de ir en autobús, prefería ir caminando y desayunar antes de entrar al colegio", comparte Julia.

Recordando sus días como maestra, Julia evoca con cariño los momentos compartidos con sus alumnos. "Cuando empecé me tocó el colegio de Virgen del Remedio, y allí me fui embarazada y con una hija de un año y medio a compartir habitación mientras esperábamos que a mi marido, que era músico militar, le dieran una casa dentro del cuartel militar de Alicante. Luego estuve en paseíto Ramiro, en lo que ahora es la biblioteca, en la Florida y en Carolinas en lo que era el Víctor Pradera, donde estuve casi 30 años dando clase", recuerda con una sonrisa.

Junto a su esposo y a sus hijos, vivieron un tiempo en el cuartel y después se instalaron en la que a día de hoy sigue siendo su casa en el centro de Alicante, marcando el comienzo de una nueva etapa en su vida juntos. "Mi marido y yo decíamos que cualquier miembro de esta familia debía saber empapelar y tener conocimientos musicales. Si no, no merecía pertenecer a la familia", expresa con humor. Aunque los tiempos han cambiado y empapelar ya no es tan común, Julia recuerda con cariño cómo aprovecharon la época en que Franco falleció, cuando la actividad laboral era escasa, para dedicarse a empapelar su hogar con sus propias manos.

Julia, cuya vitalidad y alegría contagian a todos los que la rodean, reflexiona sobre su larga vida con gratitud y humor. "No puedo quejarme porque no me duele nada. La verdad que me acuesto, duermo bien toda la noche, me despierto temprano, porque ya he dormido bastante. A los 92 me operé de cataratas, casi no me deja el oftalmólogo, pero le convencí de que todavía me quedaba mucho por ver en este mundo", comparte entre risas. Con una vida plena y una larga lista de anécdotas, Julia Juan Sanz sigue siendo un faro de inspiración y alegría para todos aquellos que tienen el privilegio de conocerla.