Entender más

Crónica desde Hanoi: un tiempo para el recogimiento

Primero sirvió el templo a los hijos de la realeza y nobleza; después también a los más espabilados de la plebe

Escolares de uniforme junto al estanque de la Tranquilidad Celestial.

Escolares de uniforme junto al estanque de la Tranquilidad Celestial. / ADRIÁN FONCILLAS

Adrián Foncillas

El Templo de la Literatura es un paréntesis en el fragoroso tumulto de Hanoi. El Gran Pórtico introduce a un armonioso complejo de cinco patios con jardines y estanques que deslizan al recogimiento y el estudio. Tan señorial es que ni los turistas en bermudas consiguen arruinar su halo. Fue levantado por la dinastía Ly en 1070 como templo en memoria de Confucio y seis años después se convirtió en la primera universidad vietnamita. La de Oxford, la más antigua en lengua inglesa, nacería dos siglos más tarde. La de Santiago de Compostela, la decana española, tardaría aun 500 años.

Pretendían aquella dinastía Ly y la posterior Tran diseminar la moral y rectitud entre las clases gobernantes para apuntalar la estabilidad social. Literatura, poesía y filosofía concentraban el temario. Primero sirvió el templo a los hijos de la realeza y nobleza; después también a los más espabilados de la plebe. Sólo los criminales, músicos y los que estaban en duelo quedaban excluidos. Allí estudiaban sin más distracciones que paseos por patios blindados de la ciudad por muros de piedra. El rigor de los exámenes desaconsejaba la holgazanería. Eran un filtrado continuo durante meses que concluían los mejores con un ensayo final sobre un asunto que elegía el emperador el día de autos. De la enjundia del acto habla su presencia. Los mandarines repartían papel y tinta y deseaban suerte. Los ensayos más brillantes merecían el tañido de la campana del Pabellón de la Constelación, un edificio de tejas rojas con dos ventanales circulares. A los graduados les esperaba el honor máximo: ver sus nombres en las losas colocadas sobre las tortugas de piedra que aún hoy flanquean dos de los patios. Representa la tortuga en la cultura vietnamita la sabiduría y la longevidad.

Símbolo de resistencia

El templo fue un símbolo de la resistencia durante el colonialismo francés y ha pasado por las vicisitudes comprensibles de un país agitado pero hoy, un milenio después, sigue representando el compromiso férreo con la educación. Los niños con uniforme escolar posan frente al Estanque de la Tranquilidad Celestial y los más mayores acostumbraban a frotar las cabezas de las tortugas antes de los exámenes hasta que su conservación recomendó prohibirlo.

Torugas de piedra en el Templo de la Literatura de Hanoi.

Torugas de piedra en el Templo de la Literatura de Hanoi. / ADRIÁN FONCILLAS

No escasean las celebraciones cotidianas de la educación. Frente a la catedral de San José es habitual que los universitarios celebren su graduación con los bonetes al aire del casco viejo de Hanoi. El reverso de los billetes de 100.000 dongs está ocupado por aquel Pabellón de la Constelación. En este país combativo que en medio siglo pateó el culo a grandes potencias (Francia, Estados Unidos y China), los eruditos no son menos evocados que los guerreros. Del padre nacional y reverenciado Ho Chi Minh recuerdan los vietnamitas tanto su arrojo revolucionario como su sabiduría y don de lenguas. No escatiman las clases pudientes para enviar a sus hijos a las mejores universidades y Vietnam queda por encima de muchos países más ricos en el Informe Pisa (puesto 31 de 81, con excelentes calificaciones en matemáticas).

El Templo de la Literatura sumerge al pequinés en el 'déjà vu'. Porque también la arquitectura del Templo del Lama sublima la jerarquía y el orden confucianos. Porque también hasta ahí peregrinaron candidatos desde todos los rincones del país en busca de puesto en la corte durante siglos. Porque también hasta ahí acuden ahora los universitarios en vísperas del Gao Kao, la exigente selectividad, pidiendo ayuda a sus dioses.

Escolares asomados al estaque del Templo de la Literatura.

Escolares asomados al estaque del Templo de la Literatura. / ADRIÁN FONCILLAS

Terminaron ambos templos sus funciones docentes siglos atrás pero un hilo los une a los dos milagros económicos asiáticos actuales o a las ridículas cifras de muertos durante el coronavirus. Se desangraba Occidente y Vietnam, sin una red hospitalaria sólida ni tecnologías de seguimiento, no contó un muerto en meses. Los cuadros de los partidos reciben formación a destajo, los méritos dirigen los ascensos e incluso las pugnas intestinas, tan abundantes como inclementes, respetan una línea roja: que ningún idiota llegue arriba. Los currículums de los miembros de sus politburós juntan los títulos de las más prestigiosas universidades con la acrisolada experiencia de gestión. El presidente chino necesita de cuatro décadas, desde una aldea polvorienta a la ciudad más epatante, hasta que se le da el mando nacional.

Sobre las razones económicas, demográficas y políticas del auge asiático y la decadencia occidental en este siglo se ha escrito mucho. Muy poco se ha escrito del respeto a la educación, la meritocracia y la excelencia que aguanta como brújula del poder público en esta parte del mundo.

Suscríbete para seguir leyendo